Notas previas:
Ésta es la continuación de la historia de un personaje que hice para una campaña del juego de rol "El Señor de los Anillos", que mi hermano hace años iba a ambientar en la Primera Edad de la Tierra Media que J. R. R. Tolkien narró en su libro "El Silmarillion" (en base a textos recopilados por su hijo, quien fue también responsable de su edición).
Tras un desengaño amoroso borré la historia del personaje que narraba los primeros siglos de vida de un Elfo Noldo que había nacido en Valinor con el nombre de Taralmië, que siguió a Fëanor a la Tierra Media y que fue prisionero de los siervos de Morgoth en su fortaleza de Angband.
Estoy intentando reescribir la historia original pero me está costando más de lo que había creído. Tras ver impresionantes vídeos de la segunda parte del videojuego "Shadow of Mordor", llamada "Shadow of War", se me ha ocurrido ésta continuación de aquella historia y de su protagonista, el Elfo Noldo que, tras escapar de su cautiverio en Angband gracias al poder de un anillo mágico, abandona su antiguo nombre y adopta el de Draugor (en sindarin significa "temor de lobo").
IV
Estaban acorralados... Por el norte las tropas de Eithel Sirion, con mercenarios enanos en sus filas, avanzaban contra su retaguardia y por el sur las tropas de Gondolin, ayudadas por el propio Thorondor, el Rey de las Águilas, y muchas de sus súbditas, avanzaban contra su vanguardia.
De nada sirvió que Draugor y su lugarteniente Morlarak se adelantasen para parlamentar con las tropas de Turgon y explicarles que, a pesar de ser un ejército de Orcos, Huargos y Dragones, su enemigo era el mismo, Sauron el Impostor. Las Águilas se lanzaron sin mediar palabra contra los dragones que iban en vanguardia, Dornimraug, el Terror de las Profundidades, y su hermano Farothaurog, el Cazador Terrible. Por su parte los dragones que iban en retaguardia, Gwathorod, la Sombra de la Montaña, y su hijo Naurcárak, Colmillo de Fuego, fueron emboscados por los cazadores de dragones enanos que luchaban por Eithel Sirion.
- ¡Malditos Elfos estúpidos! - Gritó Draugor. - ¡Avanzamos para luchar contra su enemigo y mira cómo nos lo pagan! ¡Sangramos, sudamos, sufrimos y morimos por luchar contra Sauron y así nos lo pagan! ¡Malditos seáis! ¡¿Me oís estúpidos Elfos?! ¡Yo os maldigo!
Pero ninguna maldición ni ningún insulto impidió que Dornimraug muriera bajo las garras de las Águilas y que los cazadores de dragones enanos mataran a Naurcárak y espantasen a su madre, Gwathorod, quien, con un hacha clavada en un costado, salió volando a toda velocidad hacia el norte, buscando la protección de la única guarida que conocía, huyendo del dolor físico que estaba sufriendo y del dolor mental y psicológico de ver morir a dos de sus hijos.
El ataque combinado de Eithel Sirion y Gondolin tuvo tanto éxito que los Orcos y los Huargos de la Mano Ensangrentada no tuvieron otro remedio que replegarse hacia los pantanos de Serech, donde continuaron muriendo sin demasiada oposición durante toda la noche.
La luz de la mañana encontró a Draugor observando el cadáver de Dornimraug, el dragón de escamas blancas que en vida fuera majestuoso, hermoso y gigantesco, parecía ahora un simple, aunque enorme, amasijo de carne amorfa, sucia y ensangrentada. El elfo albino observaba al dragón que había perecido junto a sus propias esperanzas con la armadura, la ropa, el cabello y la piel sucias con el mismo barro que ensuciaba las escamas blancas de Dornimraug.
Morlarak, el capitán Orco y lugarteniente de Draugor atravesó el campo de batalla y se acercó a su comandante, que estaba de pie, inmóvil, delante del cadáver de uno de sus últimos aliados, un dragón que ya no les ayudaría a conquistar Tol Sirion ni a expulsar de la isla al siervo de Morgoth, Sauron, aquel al que los Elfos Sindar conocían como Gorthaur el Cruel.
- A los Elfos no les ha salido gratis la victoria, mi Señor, aquí hay tres Águilas muertas, las que mató éste dragón antes de caer, y más al oeste hay otras tres, las que mató el dragón que sobrevivió, el de las escamas verdes, quiere hablar con usted.
- Que se acerque y que diga lo que tenga que decir. - Fue la respuesta de Draugor.
Ante un gesto de Morlarak, Farothaurog, el Cazador Terrible de escamas verdes se aproximó a grandes zancadas que arrancaron temblores de la tierra que pisaba.
- He vengado la muerte de mis hermanos, maté a muchas de las Águilas que fueron lo suficientemente estúpidas como para atacarme y me comí a la mitad de los enanos, todos los que pude antes de que salieran corriendo como las ratas cobardes que son. Ya no tengo nada más que hacer aquí, ahora mi madre me necesita, ha perdido a todos sus hijos menos a mí y tengo que ayudarla. Me marcharé para siempre Elfo, ya hemos hecho la guerra por ti y la hemos perdido. Adiós. - Fueron las últimas palabras que Draugor escuchó del último aliado entre los dragones que le quedaba.
- Adiós. - Contestó el Elfo de forma lacónica y sin darse la vuelta.
El dragón desplegó sus enormes alas correosas, se elevó en el aire como si su peso fuera ínfimo y desapareció.
- No se usted pero yo he despachado a unos cuantos Elfos, mi Señor. Ellos se han salido con la suya, si, de eso no hay duda, impedir nuestro avance hacia el sur, pero como le he dicho no les ha salido gratis, entre los "orejas picudas" tienen hoy a más de una viuda llorando a sus muertos. - Fueron las únicas palabras de ánimo que el Orco pudo inventar para su comandante.
- Si, si, Morlarak, yo mismo maté a unas cuantas decenas de Noldor ésta noche, y pude regocijarme con sus miradas de asombro cuando vieron y sintieron cómo uno de los suyos hundía una espada forjada por ellos mismos en el interior de sus asquerosas entrañas. Puse especial empeño en que cada golpe que derribaba a uno de nuestros enemigos les produjese una muerte lenta y dolorosa. ¡Oh, los he hecho sufrir, Morlarak, ya lo creo que si! Pero nos han vencido, es hora de regresar a casa.
- ¿A casa? ¿Os referís a regresar a las llanuras de Ladros?
- Si, Morlarak, a Ladros, a la cordillera occidental de las Ered Gorgoroth, al norte del Paso de Aglon. Regresaremos como los hijos desdichados que somos al regazo de una madre piadosa y Maedhros en persona me abrazará como el hermano desvalido que soy. Si no puedo ser Señor de los Elfos él lo será por mí, Morlarak, y tendré mis tierras, tal vez no para los Elfos, pero vosotros los Orcos, y sobretodo Morgoth, mi encarnizado Enemigo, sabréis quién es realmente el Señor de Himring. - Con una sonrisa maligna Draugor levantó el puño izquierdo enfundado en un guantelete ensangrentado.
Morlarak creyó ver por un instante cómo el puño izquierdo de su Señor brillaba con un fulgor plateado pero pestañeó y la ilusión se desvaneció mientras intentaba reprimir un escalofrío de terror.
Pero ninguna maldición ni ningún insulto impidió que Dornimraug muriera bajo las garras de las Águilas y que los cazadores de dragones enanos mataran a Naurcárak y espantasen a su madre, Gwathorod, quien, con un hacha clavada en un costado, salió volando a toda velocidad hacia el norte, buscando la protección de la única guarida que conocía, huyendo del dolor físico que estaba sufriendo y del dolor mental y psicológico de ver morir a dos de sus hijos.
El ataque combinado de Eithel Sirion y Gondolin tuvo tanto éxito que los Orcos y los Huargos de la Mano Ensangrentada no tuvieron otro remedio que replegarse hacia los pantanos de Serech, donde continuaron muriendo sin demasiada oposición durante toda la noche.
La luz de la mañana encontró a Draugor observando el cadáver de Dornimraug, el dragón de escamas blancas que en vida fuera majestuoso, hermoso y gigantesco, parecía ahora un simple, aunque enorme, amasijo de carne amorfa, sucia y ensangrentada. El elfo albino observaba al dragón que había perecido junto a sus propias esperanzas con la armadura, la ropa, el cabello y la piel sucias con el mismo barro que ensuciaba las escamas blancas de Dornimraug.
Morlarak, el capitán Orco y lugarteniente de Draugor atravesó el campo de batalla y se acercó a su comandante, que estaba de pie, inmóvil, delante del cadáver de uno de sus últimos aliados, un dragón que ya no les ayudaría a conquistar Tol Sirion ni a expulsar de la isla al siervo de Morgoth, Sauron, aquel al que los Elfos Sindar conocían como Gorthaur el Cruel.
- A los Elfos no les ha salido gratis la victoria, mi Señor, aquí hay tres Águilas muertas, las que mató éste dragón antes de caer, y más al oeste hay otras tres, las que mató el dragón que sobrevivió, el de las escamas verdes, quiere hablar con usted.
- Que se acerque y que diga lo que tenga que decir. - Fue la respuesta de Draugor.
Ante un gesto de Morlarak, Farothaurog, el Cazador Terrible de escamas verdes se aproximó a grandes zancadas que arrancaron temblores de la tierra que pisaba.
- He vengado la muerte de mis hermanos, maté a muchas de las Águilas que fueron lo suficientemente estúpidas como para atacarme y me comí a la mitad de los enanos, todos los que pude antes de que salieran corriendo como las ratas cobardes que son. Ya no tengo nada más que hacer aquí, ahora mi madre me necesita, ha perdido a todos sus hijos menos a mí y tengo que ayudarla. Me marcharé para siempre Elfo, ya hemos hecho la guerra por ti y la hemos perdido. Adiós. - Fueron las últimas palabras que Draugor escuchó del último aliado entre los dragones que le quedaba.
- Adiós. - Contestó el Elfo de forma lacónica y sin darse la vuelta.
El dragón desplegó sus enormes alas correosas, se elevó en el aire como si su peso fuera ínfimo y desapareció.
- No se usted pero yo he despachado a unos cuantos Elfos, mi Señor. Ellos se han salido con la suya, si, de eso no hay duda, impedir nuestro avance hacia el sur, pero como le he dicho no les ha salido gratis, entre los "orejas picudas" tienen hoy a más de una viuda llorando a sus muertos. - Fueron las únicas palabras de ánimo que el Orco pudo inventar para su comandante.
- Si, si, Morlarak, yo mismo maté a unas cuantas decenas de Noldor ésta noche, y pude regocijarme con sus miradas de asombro cuando vieron y sintieron cómo uno de los suyos hundía una espada forjada por ellos mismos en el interior de sus asquerosas entrañas. Puse especial empeño en que cada golpe que derribaba a uno de nuestros enemigos les produjese una muerte lenta y dolorosa. ¡Oh, los he hecho sufrir, Morlarak, ya lo creo que si! Pero nos han vencido, es hora de regresar a casa.
- ¿A casa? ¿Os referís a regresar a las llanuras de Ladros?
- Si, Morlarak, a Ladros, a la cordillera occidental de las Ered Gorgoroth, al norte del Paso de Aglon. Regresaremos como los hijos desdichados que somos al regazo de una madre piadosa y Maedhros en persona me abrazará como el hermano desvalido que soy. Si no puedo ser Señor de los Elfos él lo será por mí, Morlarak, y tendré mis tierras, tal vez no para los Elfos, pero vosotros los Orcos, y sobretodo Morgoth, mi encarnizado Enemigo, sabréis quién es realmente el Señor de Himring. - Con una sonrisa maligna Draugor levantó el puño izquierdo enfundado en un guantelete ensangrentado.
Morlarak creyó ver por un instante cómo el puño izquierdo de su Señor brillaba con un fulgor plateado pero pestañeó y la ilusión se desvaneció mientras intentaba reprimir un escalofrío de terror.
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