https://es.wikipedia.org/wiki/Warhammer_40_000
"(...) Bienaventurados sean los hombres de la raza de Noé que construyeron
sus pequeñas arcas, que aunque frágiles y pobremente pertrechadas,
navegan atravesando vientos contrarios hacia un espectro,
el rumor de un puerto adivinado por la fe. (...)"
J.R.R. Tolkien, "Mitopoeia"
1. EL COMANDANTE DE LA NAVE
Voral terminó su meditación en medio de los gritos de los demonios y los susurros y voces de las almas perdidas de la Disformidad. Le gustaba pensar que esas voces eran las almas de aquellos a los que había condenado a algo peor que la muerte, sus criaturas, su colección. Abrió los ojos y allí los vió.
El antaño Kaudillo Orko Morg-Grak-Zagos, del Wagh de las Siete Lunas. El Teniente de los Astartes Ultramarines, Sernius Jove. El Comisario de los "Tozudos de Gersenia", Maxtor Estios, de la Guardia Imperial. El líder de un escuadrón de Marines de la Plaga, Xagar el Despiadado, embutido en su armadura de Exterminador del Caos. Y cómo olvidarse de la primera adhesión importante a su colección, la bella Shiranna, Exarca Aeldari del extinto Mundo Astronave Saur-Yan.
Sólo los líderes y comandantes de los ejércitos que había derrotado podían contarse entre las "Joyas" de su colección, pero había otras muchas fuerzas armadas a las que había combatido sin haber podido añadir ni uno solo de sus soldados a sus filas como no-muertos. Los Tiránidos y los Necrones no poseían alma y, por lo tanto, jamás podría reclamarlos para sus filas de zombis. Pues ése era su sobrenombre, el Reclamador, Comandante de sus Abyectos, quien si lograba matarte con su espada demoníaca, llamada Kuzuk la Reclamadora, podía reclamar tu alma y tu cuerpo para toda la eternidad.
Solo uno de los líderes de su colección había logrado vencer a sus tropas en combate, y ése no era otro que Sernius Jove, el Teniente de los Ultramarines. Éste le tomó por sorpresa con los Astartes que comandaba, cuando sus Abyectos habían desembarcado del Demonio Ensamblado al planeta agrícola imperial de Ensiris VIII, para tomar cautivos y reponer suministros.
No obstante, Sernius Jove era el Astarte leal al Emperador de más alto rango que había logrado matar directamente en combate cuerpo a cuerpo y, por lo tanto, merecía el honor de encontrase entre sus "Joyas".
Quien había supuesto mayor dificultad en "ser reclamada" había sido la Exarca Aeldari Shiranna, pues antes de matarla, Voral se vio obligado a destruir una a una las "joyas del alma" con las que la Comandante de la desaparecida Saur-Yan se vestía. Pues bien sabido es que, si un Aeldari muere en combate, su alma se deposita en una de estas "joyas de almas", para evitar ser consumida por Slaneesh, la Diosa del Exceso y la Depravación. Tal vez por eso, por la extraña rareza y exclusividad de poseer el alma de uno solo de los Aeldari, Shiranna podría ser su "Joya" favorita, aunque Voral nunca conseguía ponerse de acuerdo consigo mismo a éste respecto.
"Quiero más", escuchó la demoníaca voz de Kuzuk en su cabeza. "Si, lo sé, tú siempre quieres más", le respondió Voral. "Nunca puedo deleitarme con mis Joyas sin que me molesten tus ansias de matanza. Nunca puedo alegrarme por lo que hemos conseguido". "Nunca", pareció contestarle el alma demoníaca atrapada en su espada, aunque no pudo precisar si se trataba de una afirmación desinteresada a sus palabras o una burla capciosa.
Voral no había sido siempre el Campeón del Caos por derecho propio que ahora era, no. Antaño, hacía ya más de cinco mil años, en otra vida, en otro mundo, había sido Larov Heserus el Puño, de los Adeptus Astartes Salamandras, leales al falso Dios y, mal llamado, Emperador. En muchas ocasiones, su locura, o tal vez la maldición a través del control mental recíproco que tenía con su espada, le hacía volver a revivir los hechos de aquella vida, y sí, "revivir" es la palabra correcta, y no "recordar", pues se veía inmerso en las vivencias más angustiosas y perturbadoras de su antigua vida como Astarte leal y peón del Imperio de la Humanidad.
Aquella era una de las muchas penitencias que debía soportar por haber alcanzado la parodia de lo que, en su fuero interno, llamaba libertad. Frecuentemente se justificaba a sí mismo diciéndose que no había tenido elección, que las circunstancias de su vida, como instrumento de guerra, lo habían llevado a aquel desenlace. Pero sabía de sobra que aquellos pensamientos no eran toda la verdad, pues el Caos era un camino realmente duro y exigente, en el que sólo los más fuertes lograban prosperar, pero también, simplemente sobrevivir... y él no sólo había sobrevivido, no sólo había prosperado en el seno del Caos, también había renacido como un maldito, como un Campeón y un Comandante, ajeno a sus antiguos compromisos con la Humanidad y el Emperador, pero cargado con otros compromisos, con sus propias responsabilidades, con sus propias taras, con sus propias cargas, con sus propias locuras, con sus propias penitencias...
Nurgle deseaba su muerte, más que la de ningún otro Campeón del Caos, pues era el responsable de haber asesinado a una de sus sirvientas predilectas, la bruja Kuzuk, cuya alma había encerrado en la espada que tanto le había costado forjar, y cuyos poderes demoníacos ahora servían a los únicos intereses de Voral; Slaneesh deseaba que le sirviera sólo a ella, pues veía en su obsesión por coleccionar las almas de sus enemigos una razón de sobra para reclamar su derecho de adoración exclusiva; Tzeentch, por su parte, creía que Voral ya le estaba sirviendo, le gustase o no, directa o indirectamente, puesto que los actuales poderes del líder de los Abyectos debilitaban ya, en gran medida, el poder de su mayor antagonista, el Dios de la Plaga Nurgle.
Khorne, sin embargo, era totalmente indiferente hacia su persona, pues Voral no derramaba sangre en nombre del Dios de la Sangre, ni reclamaba cráneos para el Trono de Cráneos, así que, para lo que a Khorne le importaba, Voral era totalmente irrelevante e insignificante; tal vez, si acaso, era el objeto de un futuro sacrificio en su nombre, cuando uno de sus auténticos sirvientes lograra matar a Voral en combate singular y en nombre del Dios de la Guerra.
Pero Voral el Reclamador no adoraba a ninguno de estos dioses. Estaba totalmente convencido de que, hoy más que nunca, era libre, o tan libre como lo puede ser un arma diseñada y construida para matar. Estaba convencido de que, en su pasado siempre había servido a causas más grandes y nobles que él mismo, pero esas causas no eran las suyas, si no las de otros. Primero sirvió al Emperador, y la que entonces creyó como la causa más noble de todas: servir y proteger a la Humanidad, y esto cuando logró transformarse en un Marine Espacial, hacía tantos milenios ya, en el lejano Nocturne. A continuación sirvió a los fines de Abaddon el Saqueador y su causa: la de tomar por la fuerza el Imperio de la Humanidad, pues sus dirigentes no eran dignos de ostentar su gobierno, como tampoco era digna su falsa fe en su falso Dios. Esto ocurrió cuando fue aceptado en las filas de la Legión Negra, como un Marine Espacial renegado más, uno de tantos otros.
Pero actualmente, Voral estaba convencido de estar sirviendo a quien podría convertirse en un quinto Dios del Caos, estaba sirviendo a Vashtorr el Arquífice, pues a él le debía Voral el haber forjado su espada maldita; a Vashtorr, y no a otra entidad, le debía Voral su actual estatus como líder de una nueva legión de Marines Espaciales del Caos: los Abyectos; y por último, pero no por ello menos importante, a Vashtorr era a quien le debía la nave insignia que Voral comandaba, el Demonio Ensamblado, que se trataba, nada más y nada menos, que de un Arca del Augurio.
Y sirviendo a Vashtorr servía también a sus propios intereses egoístas, algo que nunca creía haber hecho hasta éste momento, con lo que era consciente de estar sirviendo también a un Amo que lo estaba esclavizando poco a poco y, paradójicamente, se sentía ahora más a gusto con su cometido y más libre que nunca. Había nacido, crecido, vivido y sufrido por y para la Guerra; para matar en nombre de todas las causas a las que había servido, y ahora, por fin, había encontrado su verdadero ser, su verdadera forma. Pues nunca antes la libertad de matar por y para sí mismo le había sabido tan genuina, tan verdadera, tan propia de su mismo ser...
"Viene hacia ti", le dijo Kuzuk, su traicionera y omnipresente espada, de forma telepática y directa a su cabeza. "¿Quién?" preguntó él. Pero antes de que la espada pudiera responder, uno de los Marines del Caos de su guardia personal llamó a través del comunicador de la puerta.
- Mi Señor, el líder del Cónclave de Psíquicos quiere verle, dice que tiene información exclusiva para usted. - A pesar del tono metálico de la voz reconoció a Ioxus.
De tres zancadas, Voral llegó a la puerta y la abrió sin contemplaciones. De esta manera logró ponerse cara a cara con sus guardaespaldas. A un lado, una pequeña figura humanoide, cuya cabeza se encontraba en el interior de un enorme, desproporcionado y barroco yelmo que le daba el aspecto de un extraño insecto alienígena, dio un paso al frente.
- Bien, Ioxus, Baradok, seguid vigilando ésta puerta y que nadie se aproxime a ella sin autorización o sin una razón lo suficientemente buena. - Dijo el Comandante en jefe de los Abyectos.
Ioxus y Baradok asintieron mientras Voral cerraba la puerta tras hacer entrar a la diminuta figura humana con enorme yelmo insectoide.
- Decidme...- Quiso saber el Campeón del Caos.
- Estamos cerca, muy cerca de nuestro objetivo. Se trata de un pecio a la deriva, precisamente una nave que antaño perteneció al Adeptus Mechanicus de Marte, en el que trasladaban reliquias y otros objetos valiosos a su planeta capital, lo que el Mechanicum del Imperio llama "Arca". Entre esas reliquias se encuentra aquello que debemos enviar al Arquífice. La nave recibió en su día el nombre de Voluntad de Hierro y se perdió para siempre en la Disformidad, pero misteriosamente salió del Inmaterium hace más de dos milenios. Desde entonces la nave ha sido abordada en diferentes ocasiones por saqueadores Aeldari y piratas Orkos, pero lo que debemos recuperar sigue en el interior de ésa nave. Es todo lo que mis compañeros y yo hemos podido averiguar de nuestras visiones. Debemos salir de la Disformidad de inmediato. - Dijo la extraña voz, anormalmente distorsionada por el yelmo de grandes proporciones.
- Vayamos al puente y demos la orden entonces.
- No es necesario, mis compañeros ya están allí, puedo pedirles que le ordenen al Navegante, en vuestro nombre, por supuesto, detener nuestro viaje por el Inmaterium desde aquí mismo, gracias a mis poderes psíquicos. Se tardan unas dos horas en llegar al puente desde éste punto del Demonio Ensamblado, que es el tiempo que yo he estado caminando desde allí para llegar hasta vos. Estimo que podemos acabar demasiado lejos del Voluntad de Hierro si tardamos mucho más.
Tras escuchar la voz distorsionada por el yelmo insectoide, y pensar en lo poco que le gustaba lo muy independientes que eran aquellos servidores de Vashtorr, Voral asintió.
- Hacedlo entonces, tenéis mi permiso, todo sea por nuestra misión para el Arquífice.
El pequeño y peculiar psíquico inclinó la enorme cabeza de insecto un instante y al siguiente volvió a levantarla.
- Ya está hecho.
Un par de segundos más tarde, el rumor bajo, lejano y continuo del viaje a través de la Disformidad se detuvo. No cabía duda de que se encontraban por fin en el mundo físico y material.
- De todas maneras ahora sí debemos llegar al puente, desde allí he de asegurar nuestro abordaje a ésa Voluntad de Hierro y avisar de mis órdenes a mis Abyectos.
- Si, es cierto. - Asintió el psíquico.
Como éste había dicho, ambos tardaron unas dos horas caminando en llegar al corazón y el cerebro del vehículo espacial en el que viajaban. Dos horas de atravesar pasillos interminables de metal, cuyos enormes ventanales góticos dejaban ver una pléyade de lejanas estrellas y extrañas constelaciones. Dos horas de atravesar una multitud de enormes compuertas selladas y abiertos y bostezantes arcos apuntados. Dos horas de subir por varios elevadores de rechinante zumbido eléctrico. Dos horas de cruzarse con decenas y decenas de Marines Espaciales del Caos, la mayoría de los cuáles les seguían allí donde fueran, pues sabían que habían salido de la Disformidad y pronto su líder los convocaría para la batalla. Deseaban estar presentes cuando recibieran sus órdenes, y oírlas en directo y de viva voz de su impío Comandante.
Así fue cómo Voral llegó al puente. Observó por las cristaleras la enorme nave, antiguamente conocida como Voluntad de Hierro, y tras supervisar la aproximación y acople al pecio, convocó a sus soldados por los comunicadores conectados a lo largo y ancho del navío.
- Al habla el Comandante del Demonio Ensamblado y vuestro líder: Voral el Reclamador. Os informo de que acabamos de acoplarnos a un pecio que hace miles de años perteneció a la rama del Adeptus Mechanicus leal al maldito Emperador de la Humanidad. En aquel entonces ésa nave se llamaba Voluntad de Hierro, pero después de una eternidad vagando por la Disformidad ya no merece ése nombre.
Nuestra misión es sencilla, pero no por ello menos peligrosa: se trata de llegar hasta la reliquia que Vashtorr el Arquífice nos ha ordenado extraer de ésa nave y traerla de vuelta al Demonio Ensamblado, nada más y nada menos. No toleraré saqueos innecesarios, no toleraré retrasos ni demoras injustificadas, todo aquel que incumpla estas órdenes sabe de sobra cuál será mi castigo por desobedecerlas.
A partir de ahora mismo tenéis veinticuatro horas para reuniros conmigo delante de la puerta que lleva al Hangar de los Zombis, en la subcubierta C15-A-589-B. Dentro de veinticuatro horas exactas asaltaremos ésa nave. Sabéis de sobra cuál será la estrategia a seguir, ya la ejecutamos cuando tomamos por la fuerza ésta nave, la que hoy en día es nuestro buque insignia. Pero ésta vez no se trata de tomar por completo el pecio, se trata de entrar, recuperar y salir, una extracción en toda regla. Mandaremos a los zombis por delante de nosotros para que obstaculicen a cualquier enemigo y criatura hostil con los que nos pudiéramos encontrar. Justo por detrás iré yo mismo, acompañado de todo el que se digne a seguirme y del psíquico especialista que Vashtorr nos ha legado, quien me indicará cuál será el camino correcto a seguir dentro de los corredores de la nave.
Una vez que eliminemos los obstáculos y nos hagamos con el artefacto, regresaremos exactamente por el mismo camino que hayamos tomado para entrar, sin desvíos, sin atajos, sin explorar innecesariamente ninguna otra zona del pecio. Estas son mis órdenes ¡Preparaos para la batalla, Abyectos de Voral! ¡Ya lo habéis hecho decenas de veces en el pasado, hacedlo una vez más! ¡Ganaos el título que llevamos por derecho propio y haced que me sienta orgulloso de nuevo! ¡Por Vashtorr! ¡Por el Caos! ¡Por la gloria!
Tras decir estas palabras, un tremendo desenfreno de vítores y hurras tronó por todo el puente del Demonio Ensamblado. Un centenar de Marines Espaciales del Caos, que llevaban en sus armaduras los colores de los Abyectos de Voral, se habían congregado allí y celebraban de esa manera el poder servir a sus señores oscuros una vez más.
Voral, por su parte, se acercó al líder del Cónclave de Psíquicos y le ordenó directamente que se reuniera con él dentro de veinticuatro horas, justo donde había convocado a sus soldados. Acto seguido, cargó su espada maldita al hombro y caminó hacia allí, donde esperaba comandar a sus tropas hacia una nueva victoria. El Comandante de los Abyectos había descansado durante ocho horas seguidas aquél mismo día y, siendo como era, un Marine Espacial, ya estaba listo para presentar batalla durante semanas o meses seguidos y sin descanso, si es que llegaba a ser preciso. Así que, tras seis horas de caminata por la nave que comandaba, llegó al lugar que todos habían convenido en llamar "el Hangar de los Zombis". Allí esperó de pie, apoyado en su inmensa espada, a que el tiempo que había dado a sus tropas para prepararse finalizara.
Aquella espada era como ninguna otra, de un solo filo y vagamente similar a un inmenso alfanje, tenía el tamaño perfecto para ser la espada corta de un terrible gigante. Su mango sobresalía muy por encima de la cabeza descubierta de casco de su portador, que ya era enorme de por sí al ser un Marine Espacial, con sus casi dos metros treinta de altura. Semejante tamaño hacía que, éste arma, no sólo fuera imposible de ser blandida por un hombre normal y corriente, por muy alto y fuerte que éste fuera, si no que también la hacía imposible de poder ser levantada. Tenía la guarda mecanizada de una espada sierra, pero muy modificada y con extraños tubos de inquietante apariencia orgánica que se unían de la guarda al filo. Muy cerca de la punta curva, incrustadas en la hoja, tenía a ambos lados del filo un par de pequeñas calaveras ornamentales, pero en cuyas cuencas vacías ardía continuamente el fulgor de una vida inhumana y antinatural. El arma no estaba diseñada para dañar de gravedad física a sus oponentes, si no que había sido construida, principalmente, para arrancar el alma a sus víctimas, alma que Voral usaba para animar de forma impía los cuerpos inertes de sus enemigos y convertirlos así en sus esclavos no-muertos.
A pesar de su gran tamaño, Voral blandía aquella arma con una sola mano, soliendo usar la otra para disparar su antiquísima pistola de plasma, que llevaba usando en combate desde sus días en los Salamandras, habiéndola adquirido durante las cruentas y lejanas Guerras de Thasintre, hacía ya casi cinco mil años.
Si uno viera, sin prestar demasiada atención, la figura inmóvil del líder de los Abyectos, ahí parado y apoyado en su enorme espada maldita, hubiera jurado que éste, embutido en su servoarmadura de Marine del Caos, no era más que un elemento decorativo del pasillo, sin vida ni conciencia. Pero al fijarse más detenidamente, uno hubiera descubierto las energías vivas y caóticas de la Disformidad bullendo por cada fibra de semejante semidiós blindado. Los demonios atrapados en su armadura habían logrado esculpir, con el tiempo, sus cornudas y grotescas caras gesticulantes en las hombreras; pinchos de diferentes tamaños y grosores sobresalían por cualquier parte, sin orden ni concierto, y por último, el aura que desprendía la figura de Voral el Reclamador estaba imbuida de una extraña energía palpitante e impía, lo que conseguía diferenciarlo totalmente de una armadura decorativa y desprovista de vida.
Algunos de los primeros soldados que llegaron para unirse a su vigilia fueron sus guardias de honor, sus capitanes y subordinados de mayor confianza, como el estratega inteligente de Ioxus, con su lanzallamas transmutado y corrompido por las energías caóticas de la Disformidad, lo que proveía al arma de promethium inagotable y transformándolo en un lanzallamas insustituible de vida útil infinita; el iracundo en la lucha, pero paciente a la llegada de la batalla, Baradok, con su enorme y temible hacha sierra y su fiable pistola de plasma; el loco, leal e implacable combatiente cuerpo a cuerpo llamado Segaros, con sus terribles cuchillas relámpago; y no podía faltar el siempre pendenciero Dolkreg, con su pistola bólter y su puño de combate, ansioso continuamente por probarse en combate y matar y destruir a todo y a todos los que se cruzaran en su camino.
Pasaron las horas y llegó el tiempo convenido. El líder del Cónclave de Psíquicos apareció y Voral le ordenó quedarse siempre lo más cerca posible de él mismo, para que le fuera informando en todo momento de a dónde dirigirse, una vez que penetraran en el pecio a la deriva.
Al abrir la gigantesca compuerta del hangar vieron una escena dantesca, pero esperada: cientos y cientos de zombis, la mayoría cubiertos total o parcialmente en llamas, que deambulaban por el inmenso espacio vacío destinado a enormes naves ausentes.
La razón de que la mayoría de los zombis creados por Voral estuvieran cubiertos de llamas que ardían continuamente sin agotarse, pero también sin consumir nunca ni un ápice a éstas criaturas, se encontraba precisamente en la extraña combinación de los poderes de la espada Kuzuk con los poderes de "Siempre Hambriento", el lanzallamas transmutado por el Caos de Ioxus. Resulta que los poderes de reanimación de Kuzuk la Reclamadora incluían el regenerar continuamente las heridas hechas por cualquier fuente de daño, y esto servía también para el promethium mágico, eternamente inflamado e inagotable, de Siempre Hambriento. Por ésta razón, Voral no solía unir sus "Joyas" al resto de los zombis de "bajo rango" que mantenía siempre encerrados en éste hangar, al menos que las fuerzas de los Abyectos se encontraran desplegadas en un planeta o en plenas maniobras de invasión del mismo. Era por esto que, cuando Voral deseaba hacerse con el alma y el cuerpo de un combatiente específico, solía retar a sus enemigos a un duelo singular, ordenando a Ioxus que se abstuviera de ayudarle a ganar el combate, bajo ninguna circunstancia. Ya fuera por pura fuerza bruta o por los Poderes, siempre caprichosos, del Caos, Voral no había perdido aún uno de estos combates.
Al abrir la gigantesca compuerta opuesta del hangar que daba a los pasillos oscuros y fríos del Voluntad de Hierro, el Comandante del Demonio Ensamblado alzó su enorme y demoníaca espada por encima de la cabeza, ordenando con un grito a sus zombis avanzar hacia el pecio abandonado. Entonces, lo que antaño hubieran sido unos doscientos Orkos, unos cien Guardias Imperiales, treinta y dos Marines de la Plaga, veintiún Ultramarines y cinco Marines de la Legión Negra, se lanzaron hacia delante moviéndose como uno solo.
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