EL ORIGEN DEL MUNDO SEGÚN LOS UMBRÍOS
"... Antaño fueron hombres... grandes reyes de los Hombres, luego Sauron el Impostor les entregó los nueve Anillos de Poder, cegados por su codicia los aceptaron sin dudar, han sucumbido uno a uno en la Oscuridad, ahora son esclavos de su Voluntad..."
Aragorn en "El Señor de los Anillos: La Comunidad del Anillo" explicando a los hobbits el origen de los Nazgul.
Al comienzo de todo sólo había dos dioses en perpetua guerra: Caos y Nada. Caos creaba mundos, criaturas, dioses... y Nada destruía todo lo que Caos creaba. Un día Caos creó un nuevo dios al que llamó Traición y le dotó del Poder del Engaño y la Seducción. Traición comenzó a hacer aquello para lo que fue creado, sedujo a Nada e hizo que ésta se olvidara de su guerra contra Caos.
Nada y Traición se alejaron para vivir juntos pero Traición fue débil porque en vez de hacer lo que se le había ordenado, asesinar a Nada en el lecho, acabó enamorado de la Destructora y tuvo un hijo con ella. Como no pudo hacer lo que le habían encomendado raptó a su hijo neonato y se lo llevó a su creador, Caos, quien agradeció a Traición ése gesto, pues tal vez el poder del hijo de Nada le ayudase a ganar la guerra, pero castigó a Traición por su debilidad convirtiéndolo en una estatua de piedra.
Caos envió al hijo de Nada y Traición al centro de su reino y lo puso a cargo de Tutor, dios al que creó para enseñar al pequeño retoño a combatir. Cuando Nada despertó entró en cólera y se dispuso a destruir todo lo que Caos había creado durante su ausencia. Una eternidad le llevó a la Destructora llamar la atención del Primer Creador, pues había aprovechado bien el tiempo; Caos preparó el terreno para crear una trampa y cuando lo estimó oportuno le tendió una emboscada a la Destructora. Pero antes de que pudiese asestar el golpe final ambos dioses sintieron un gran poder en el centro del reino del Primer Creador. Era el hijo de Nada que acababa de recibir su primera lección de combate y tras recibir una paliza de Tutor el niño golpeó con tal furia y tanto poder que no sólo desintegró a su maestro, desintegró todo lo que existía en el corazón del reino de Caos, generando un gran Vacío en cuyo centro se situaba el pequeño dios.
La Destructora, que sintió entonces el vínculo que le unía a su retoño, creó, gracias a su poder, una burbuja de Nada en el Vacío que ocupaba ahora el hijo que había tenido con Traición, Nada que le protegía de todas las creaciones de Caos.
La batalla que comenzó entonces entre Nada y Caos para llegar el primero a aquel lugar, donde habían sentido la energía del nuevo dios, duró una eternidad y el hijo de Nada, en la ausencia total del Vacío maldijo a su padre, a su madre y a su abuelo y juró vengarse de ellos por haberle condenado a crecer en aquella absoluta ausencia de Todo.
Así fue que, cuando Nada por fin llegó al encuentro con su hijo, éste había crecido hasta la madurez y la Destructora descubrió que se había autonombrado Demiurgo, el Creador, y su loco semblante era una máscara de ira y de odio, y al tener por fin contacto con alguien en aquel Vacío, de su pensamiento surgieron seis dioses con la misión de combatir y matar a la Destructora: Undoré, que trató de ahogarla con el peso de gigantescos océanos; Elamain, que trató de consumirla entre terribles llamas; Isderin que la azotó con insuperables vientos gélidos; Belmine, que le disparó flechas mágicas de su mágico arco; Avael, que separó al Demiurgo de su madre, para evitar que ella le hiriese durante la lucha, creando un nuevo y segundo Vacío sobre el primero y Serhara, que fascinada por la creación de Elamain separó los océanos de las llamas y protegió las llamas del viento, en ambos casos para evitar que se apagaran, así como creó un hueco entre los tres Elementos para que Belmine pudiese acertar el tiro.
Los Seis consiguieron expulsar a Nada del Segundo Vacío, que no matarla, pues el poder de la Destructora era grande y no estaba en sus manos hacer algo que sólo su hijo hubiera podido hacer. No obstante Serhara no dio por concluido su trabajo, fascinada por los fuegos de Elamain creó con ellos unas linternas que dispersó por el Vacío, para poder ver con mucha antelación a Nada o a cualquier otro intruso inesperado que osara internarse en los dominios de Demiurgo. El Creador otorgó a los seis dioses el título de Guardianes del Hogar y les mandó a diferentes esquinas del mismo para vigilar su nuevo reino, pues sabía que aun le quedaba alguien de quien vengarse, alguien que trataría de llegar hasta él y al que guardaba un rencor furibundo.
Cuando Nada se dio cuenta de que no podía atravesar la burbuja de Vacío creado por Avael luchó para entrevistarse con su antiquísimo enemigo, pues era grande su desesperación y no sabía de nadie más que pudiera ayudarle a conquistar el amor de su hijo. Así fue como Caos, una vez enterado de todo, fue allí donde había dejado a Traición, convertido en piedra, y le restituyó su antigua forma y vida para que con sus poderes de Engaño convenciera a Demiurgo de levantar aquella barrera y entrevistarse una vez más con su madre, pero realmente planeaba convencerlo también para que matara a su eterna enemiga.
Extrañamente la barrera de Vacío creada por Avael era eficaz contra Nada, pero no contra Caos, que, como dueño y señor de Todo lo que Existía, pudo atravesar dicha barrera, no sin ciertas dificultades, acompañado por Traición. Cual fue la sorpresa del Primer Creador y de su siervo cuando vieron de repente al Demiurgo y a sus seis Guardianes cargando por sorpresa contra ellos totalmente equipados para el combate. Caos apenas tuvo tiempo de crear un ejército de demonios de su pensamiento como defensa, demonios que no evitaron que Demiurgo atravesara el corazón de su abuelo con su lanza, hecho lo cual, Traición volvió a su anterior forma de piedra.
Dicen que no todos los demonios creados por Caos en aquel instante cayeron ante las armas de los Guardianes, dicen que algunos lograron escapar y esconderse y que ellos son los que protegieron y guiaron a los primeros umbríos, antes de que Avael estuviera preparado para reclamar el trono del Universo y autoproclamarse Abozamel (Señor del Abismo). Los hijos y siervos de Kieg dicen que su Dios y Señor es uno de éstos demonios.
El caso es que tras la batalla Demiurgo se sintió muy cansado, envió a sus Guardianes a proteger el Hogar en sus distantes Casas, dispersas por seis puntos diferentes entre las Estrellas, creó un enorme y hermoso palacio en el centro de su reino y en una de sus muchas habitaciones se tendió a dormir y descansar.
Todos los Guardianes hicieron lo que su Señor les pidió, todos menos dos: Serhara, porque amaba todos y cada uno de los rincones del Hogar que ella había creado y no se decidía por ningún lugar que Habitar y Vigilar durante los eones que estarían por venir. Avael, por todo lo contrario, no se sentía cómodo en ningún rincón del Hogar y además éste le parecía un lugar extremadamente aburrido, frío y silencioso.
Tras una eternidad vagando por el Hogar Serhara llegó a la Casa de Undoré y éste, viendo el semblante cansado de la Creadora de Estrellas decidió invitarla a quedarse a descansar en su Casa, un planeta lleno de océanos, invitación que ella aceptó.
Por su parte Avael, vagando por el Hogar durante una eternidad, encontró la estatua en la que se había convertido Traición y, viendo el Poder latente de aquella piedra, decidió hacerse con ése Poder trabajándola para hacerse un amuleto de piedra y metal con el que dominarlo.
Serhara y Undoré, tras vivir durante otra eternidad juntos, acabaron enamorándose y empezaron a engendrar un sinnúmero de diosecillos, que más tarde recibirían el nombre de Titanes.
Durante aquel tiempo Avael consiguió terminar su Amuleto de Traición. Dicen que en el mismo instante en el que se lo puso decidió desobedecer a su Señor el Demiurgo y buscar su lugar de Vigilia fuera del Hogar, más allá de las Estrellas, más allá de la propia barrera de Vacío que él mismo había creado, y así se dirigió sin más demora a los límites del único Universo que conocía hasta entonces, para atravesar con facilidad su propio muro y viajar más lejos de lo que nunca otro Guardián ha estado.
Con el paso de las eras los hijos de Serhara y Undoré comenzaron a tener hijos a su vez y con el paso de los eones éstos hijos tenían más hijos y así sin cesar, por lo que comenzaron todos a llenar el Hogar con sus entidades y voces mágicas. Y tanto bullicio llegaron a hacer que despertaron al Demiurgo en las habitaciones de su palacio en el centro del Universo. El Creador convocó a sus Guardianes que acudieron sin demora a su lado, todos menos Avael, que estaba ya muy lejos de su poder y de su reino.
Les preguntó quiénes eran todos aquellos dioses que llenaban el Vacío que era su Hogar y qué hacían allí, pues les había ordenado guardarlo de los extraños. También preguntó dónde estaba Avael y por qué no había acudido a su llamada, pues ya no podía sentir su presencia divina, a lo que ninguno de sus dioses pudo contestar, pues hacía varios eones que no sabían del dios del Vacío y ni siquiera le habían visto en todo aquel tiempo. En cuanto a la multitud de nuevos diosecillos, que convinieron en llamar Titanes, ni Elamain ni Belmine supieron qué contestar, mirándose el uno al otro extrañados, pero Serhara y Undoré agacharon la cabeza avergonzados. Una vez que el Demiurgo se entrevistó con ellos a solas y éstos le contaron la verdad convocó al resto para organizar una nueva guerra, la Guerra de los Titanes, que tenía por objetivo exterminar a toda la prole de Serhara y Undoré.
Avael, por su parte, atravesó los Dominios de Nada, que ahora que había ganado la guerra contra Caos eran más extensos que nunca, y huyendo durante una eternidad del Desierto Vacío de la Destructora llegó al lugar de nacimiento de Caos, los Infiernos, donde el Primer Creador había hecho sus primeras creaciones, un mundo deformado de criaturas retorcidas y violentas, los primeros proyectos imperfectos de dioses, mundos y seres que mejoraría con mucho posteriormente. Allí fue recibido con hostilidad, pues lo único que conocían y reconocían los demonios eran la Fuerza y el Poder, y se equivocaron al subestimar al Dios del Vacío, pues, como reflejo masculino de las cualidades de Nada, poseía un inigualable Poder de Destrucción que usó para eliminar y doblegar a todos los demonios que no se arrodillaron ante él. Una vez conquistados, creó un trono de piedra en el centro de los Infiernos, donde se sentó a reflexionar durante una eternidad.
En el Universo Demiurgo y sus Guardianes ganaban fácilmente la Guerra contra los Titanes sin sufrir ninguna baja, pues el poder de los hijos, lo nietos, los bisnietos y los tataranietos de Serhara y Undoré era muy limitado y éstos barrían a su descendencia sin piedad ni cuartel. Cuando la guerra estaba pronta a acabar, los pocos Titanes que quedaban con vida se escondieron en algún lugar recóndito del Universo y allí, sintiéndose acorralados y cercanos a su fin, decidieron crear algo que sus enemigos nunca podrían destruir, algo que ellos nunca pudieran encontrar y que fuera un testimonio postrero de su paso por el espacio y el tiempo, algo de ellos que lograse pervivir para la posteridad y para siempre. Y así fue cómo se inmolaron, se sacrificaron fusionándose todos para crear una conciencia común, una semilla suya, un fuego que contenía la mezcla de todas sus mentes, almas y poderes, un fuego invisible para los Guardianes y para Demiurgo.
Una vez terminada la guerra contra los Titanes el Demiurgo castigó severamente a Serhara y a Undoré por haber creado aquella multitudinaria estirpe que tuvieron que destruir. Primero les prohibió volver a verse en toda la eternidad pero, además, a Undoré lo obligó a exiliarse para siempre en los propios océanos de su Casa y le desposeyó de su poder de respirar todo aquello que no fuera agua, y a Serhara le desfiguró horriblemente el rostro para que ningún otro dios quisiera volver a dejarla encinta ni sintiera la necesidad de tener relaciones sexuales con ella. No contento con esto también la dejó ciega, para que no pudiera volver a ver la belleza del Universo que había creado y que tanto amaba, algo que estimó como origen y causa de su desgracia. Una vez consumado su castigo Demiurgo volvió a las habitaciones de su palacio en el centro del Hogar, donde volvió a rendirse a su descanso y sueño eternos.
Serhara creó entonces un planeta desierto y marchito, como sus propios pensamientos y sentimientos, y lo hizo girar muy próximo a la Casa de Undoré, donde éste guardaba exilio. Y sintiéndose perdida y desorientada, sin saber a dónde ir ni qué hacer, se sentó sin más en una roca de éste planeta, donde escondió su rostro entre las manos y lloró... durante una eternidad. Tanto lloró que después de muchísimo tiempo se formó un gran charco de lágrimas a sus pies y de su reflejo en éste charco surgió una diosa que poseía lo que ella había perdido y anhelaba, belleza física, juventud y gran capacidad creadora.
Serhara no pudo verlo pero poco a poco fue aproximándose la luz de una estrella, al principio no parecía moverse pero tras un buen rato finalmente cayó y se detuvo a escasos centímetros de la mano alzada de Heridane. Era una pequeñísima bola de fuego más pequeña que un puño. Serhara pudo sentir entonces que de ella emanaba una energía extraña y especial, algo que se parecía mucho a la conciencia de un ser diferente a los dioses y los Guardianes.
Heridane le explicó que aquella llama era un regalo de sus hijos, los Titanes, quienes se habían inmolado y fusionado para crear ésa pequeña, aunque diferente y especial, bola de fuego antes de desaparecer para siempre del Universo. Serhara decidió entonces compartir el regalo con Undoré, pues los Titanes también habían sido sus hijos. Le pidió a la Guardiana del Camino Oculto que la acompañase hasta la Casa del Agua y que le llevara en su nombre el regalo de los Titanes a su amado, a Undoré, Guardián de los Océanos.
Así fue cómo la Creadora de Estrellas despidió a Heridane a orillas del Océano primigenio, mientras ésta sostenía la llama de los Titanes en sus manos. Cuentan que Heridane vivió maravillosas aventuras en las profundidades marinas hasta poder entrevistarse con Undoré... pero son otras historias diferentes y por lo tanto son para otro momento...
Avael, por su parte, entrenó militarmente a los demonios de los Infiernos, pues había decidido que usaría sus poderes para conquistar el Universo del que había huido, aquel lugar que los Guardianes, aun esclavos de la voluntad de su Señor Demiurgo, se empeñaban en llamar Hogar. Dicen que tardó una eternidad en entrenar a su ejército y en hacer de los Infiernos su dominio absoluto, pero cuando por fin dio por concluida su conquista y la preparación de su ejército, dejó a su lugarteniente Asmodeo a cargo de los Infiernos y partió con tres cuartas partes de todos los demonios para atravesar el Abismo, que les separaba del Hogar de Demiurgo, y conquistarlo por cualquier medio posible, incluido el de la guerra si era necesario. Y fue entonces cuando decidió llamarse, a partir de aquel momento, Abozamel, el Señor del Abismo.
Cuando Heridane llegó por fin ante el trono de Undoré, en las profundidades marinas, ella le tendió el regalo de los Titanes, pero él lo despreció para abalanzarse sobre ella, pues durante su exilio echaba de menos el contacto femenino que hubiera obtenido cuando vivía junto a Serhara, y la belleza de Heridane despertó un lujurioso apetito en el Dios del Agua. Ella, viéndose acorralada, decidió hacer uso de la magia del regalo de los Titanes y de su fuego creó a los primeros umbríos para que la protegieran, un ejército ya preparado de altos elfos albinos, con fieros dientes aserrados, de negras y terroríficas armaduras metálicas y espadas y arcos tan negros como sus armaduras y sus corazones.
Tan bien protegieron a su creadora que los umbríos lograron poner de rodillas a Undoré y hacer que éste suplicara por su vida, vida que Heridane perdonó, primero para hacer que el Dios del Agua escuchara la historia que tenía que contarle. Le habló de su ex-esposa, Serhara, luego le contó todas las hazañas y peligros que ella misma había tenido que superar para llevarle la llama de los Titanes, por orden y deseo de su ex-esposa. Por último decidió dejarle aquel regalo de sus fallecidos hijos y abandonar el palacio de Undoré para no regresar jamás.
El Dios del Agua, aun con la espada de los umbríos en la garganta, ordenó a sus sirénidos y a sus kuo-toas que nadie pudiera salir de la sala del trono ni del palacio sin su permiso, y que si los umbríos llegasen a matarle que ellos acabaran, a su vez, con la vida de todos y cada uno de aquellos extranjeros asesinos.
De ésta manera Undoré le dio la vuelta a la amenaza y estaban ahora a merced de los deseos del Dios del Agua que ordenó a los umbríos salir de sus dominios y no volver jamás y a Heridane le ordenó casarse con él y pasar el resto de la eternidad junto a él en su exilio, en las profundidades del Océano. Le recordó a la Guardiana del Camino Oculto que éste era su mundo, se encontraba en su reino, la Casa del Agua, y que si faltaba a su promesa y algún día le abandonaba para huir de sus votos matrimoniales arrasaría toda su superficie con terribles olas gigantescas y mandaría a sus sirénidos y a sus kuo-toas pasar a cuchillo a todos los que se encontraban fuera de los Océanos, ya fueran los umbríos o su ex-esposa, Serhara, la Creadora de Estrellas.
Heridane aceptó con una condición, que le dejara auxiliar a aquellas criaturas que había creado, los umbríos, cuando éstas se encontraran en necesidad ya que no tenían culpa alguna de sus decisiones, y que les permitiera aliviar su sed. Así es cómo los umbríos adoran a Heridane llamándola Merilkia, la Señora del Agua Dulce, la Compasiva.
Dicen que cuando Serhara se enteró del matrimonio entre Merilkia y Undoré la furia hizo que creara una maldición por la cual ninguno de los seres que habitan en la superficie pudieran llegar jamás al palacio submarino de Undoré y deleitarse con la belleza de la Señora del Agua. Dicen que es por eso que cuando un humanoide que no pertenezca al reino de Undoré se sumerge en el agua, no puede respirar y debe salir de forma pronta del elemento líquido. Pero los umbríos saben que nada ni nadie impide que Merilkia, la Compasiva, les visite y les otorgue sus bendiciones, cuando así es posible.
Pero ni Merilkia, ni ningún otro de los Guardianes, impidió que Avael, mientras tanto y recientemente autoproclamado Abozamel, entrara en el Universo con su inmenso ejército de demonios y, conociendo todos los puntos fuertes y los débiles del Hogar, atacase por sorpresa, primero a la Casa del Fuego, lugar de vigilia de Elamain, su hermano, el Señor de la Luz, el más poderoso de los Guardianes exceptuando al propio Abozamel. Elamain logró replegarse a la Casa de la Flora y la Fauna, lugar de vigilia de Belmine, el siguiente objetivo del Señor del Abismo que arrasó por completo, obligando a Belmine y a Elamain a replegarse en la Casa del Frío, allí donde vigilaba su hermana, Isderin, la Diosa del Invierno.
Ni aún siendo tres los Guardianes consiguieron frenar el ataque de Abozamel y sus demonios y, aunque lucharon con valentía y energía junto a los enanos, creados por Isderin, y a los elfos, creados por Belmine, finalmente tuvieron que huir para salvar sus vidas en la última y más débil de las Casas, la del Agua, allí donde Undoré guardaba el exilio interior impuesto por Demiurgo.
En la Casa del Agua fue donde la guerra de conquista de Abozamel tuvo que detenerse, pues ni él ni sus demonios sabían que fuera un lugar tan habitado y complejo. Allí vivía ahora y por segunda vez Serhara, la Creadora de Estrellas, quien llegó a un acuerdo con el Señor del Abismo con la esperanza de algún día poder vengarse de Merilkia y de Undoré y, aunque los umbríos adoraban a la Señora del Agua, reconocieron la superioridad y el poder de Abozamel como Señor del Universo, se arrodillaron ante él y juraron eliminar de la faz de la Tierra a todos sus enemigos, lo que incluía a Elamain, el Señor de la Luz, quien lleno de furia los maldijo con no poder soportar la luz del Sol, la linterna que había puesto en la Casa del Agua para iluminarla y alejar a sus enemigos de su Luz.
Abozamel contestó vengando a los umbríos cuando éstos le forjaron un arma mágica, una espada llamada "Sanguinolenta", con la que logró por fin matar a Elamain.
Éste fue el fin de la Guerra, los demás dioses supieron entonces quien era el verdadero Señor del Universo en ausencia de Demiurgo, el Eterno Durmiente, e hincaron finalmente la rodilla para reconocer a Abozamel como su Dueño y Señor.
Nota: ésta es la versión de los umbríos, la versión difiere en muuuuuchos aspectos de la de los elfos, que saben perfectamente que los umbríos no surgieron de la nada, sino que realmente hubo un tiempo en el que fueron parte de su pueblo, fueron altos elfos que comenzaron a desviarse del culto a Belmine y a Elamain para adorar a Abozamel y a otros demonios o Señores de los Demonios. Los enanos tienen su propia versión, con muchas más diferencias.
Caos envió al hijo de Nada y Traición al centro de su reino y lo puso a cargo de Tutor, dios al que creó para enseñar al pequeño retoño a combatir. Cuando Nada despertó entró en cólera y se dispuso a destruir todo lo que Caos había creado durante su ausencia. Una eternidad le llevó a la Destructora llamar la atención del Primer Creador, pues había aprovechado bien el tiempo; Caos preparó el terreno para crear una trampa y cuando lo estimó oportuno le tendió una emboscada a la Destructora. Pero antes de que pudiese asestar el golpe final ambos dioses sintieron un gran poder en el centro del reino del Primer Creador. Era el hijo de Nada que acababa de recibir su primera lección de combate y tras recibir una paliza de Tutor el niño golpeó con tal furia y tanto poder que no sólo desintegró a su maestro, desintegró todo lo que existía en el corazón del reino de Caos, generando un gran Vacío en cuyo centro se situaba el pequeño dios.
La Destructora, que sintió entonces el vínculo que le unía a su retoño, creó, gracias a su poder, una burbuja de Nada en el Vacío que ocupaba ahora el hijo que había tenido con Traición, Nada que le protegía de todas las creaciones de Caos.
La batalla que comenzó entonces entre Nada y Caos para llegar el primero a aquel lugar, donde habían sentido la energía del nuevo dios, duró una eternidad y el hijo de Nada, en la ausencia total del Vacío maldijo a su padre, a su madre y a su abuelo y juró vengarse de ellos por haberle condenado a crecer en aquella absoluta ausencia de Todo.
Así fue que, cuando Nada por fin llegó al encuentro con su hijo, éste había crecido hasta la madurez y la Destructora descubrió que se había autonombrado Demiurgo, el Creador, y su loco semblante era una máscara de ira y de odio, y al tener por fin contacto con alguien en aquel Vacío, de su pensamiento surgieron seis dioses con la misión de combatir y matar a la Destructora: Undoré, que trató de ahogarla con el peso de gigantescos océanos; Elamain, que trató de consumirla entre terribles llamas; Isderin que la azotó con insuperables vientos gélidos; Belmine, que le disparó flechas mágicas de su mágico arco; Avael, que separó al Demiurgo de su madre, para evitar que ella le hiriese durante la lucha, creando un nuevo y segundo Vacío sobre el primero y Serhara, que fascinada por la creación de Elamain separó los océanos de las llamas y protegió las llamas del viento, en ambos casos para evitar que se apagaran, así como creó un hueco entre los tres Elementos para que Belmine pudiese acertar el tiro.
Los Seis consiguieron expulsar a Nada del Segundo Vacío, que no matarla, pues el poder de la Destructora era grande y no estaba en sus manos hacer algo que sólo su hijo hubiera podido hacer. No obstante Serhara no dio por concluido su trabajo, fascinada por los fuegos de Elamain creó con ellos unas linternas que dispersó por el Vacío, para poder ver con mucha antelación a Nada o a cualquier otro intruso inesperado que osara internarse en los dominios de Demiurgo. El Creador otorgó a los seis dioses el título de Guardianes del Hogar y les mandó a diferentes esquinas del mismo para vigilar su nuevo reino, pues sabía que aun le quedaba alguien de quien vengarse, alguien que trataría de llegar hasta él y al que guardaba un rencor furibundo.
Cuando Nada se dio cuenta de que no podía atravesar la burbuja de Vacío creado por Avael luchó para entrevistarse con su antiquísimo enemigo, pues era grande su desesperación y no sabía de nadie más que pudiera ayudarle a conquistar el amor de su hijo. Así fue como Caos, una vez enterado de todo, fue allí donde había dejado a Traición, convertido en piedra, y le restituyó su antigua forma y vida para que con sus poderes de Engaño convenciera a Demiurgo de levantar aquella barrera y entrevistarse una vez más con su madre, pero realmente planeaba convencerlo también para que matara a su eterna enemiga.
Extrañamente la barrera de Vacío creada por Avael era eficaz contra Nada, pero no contra Caos, que, como dueño y señor de Todo lo que Existía, pudo atravesar dicha barrera, no sin ciertas dificultades, acompañado por Traición. Cual fue la sorpresa del Primer Creador y de su siervo cuando vieron de repente al Demiurgo y a sus seis Guardianes cargando por sorpresa contra ellos totalmente equipados para el combate. Caos apenas tuvo tiempo de crear un ejército de demonios de su pensamiento como defensa, demonios que no evitaron que Demiurgo atravesara el corazón de su abuelo con su lanza, hecho lo cual, Traición volvió a su anterior forma de piedra.
Dicen que no todos los demonios creados por Caos en aquel instante cayeron ante las armas de los Guardianes, dicen que algunos lograron escapar y esconderse y que ellos son los que protegieron y guiaron a los primeros umbríos, antes de que Avael estuviera preparado para reclamar el trono del Universo y autoproclamarse Abozamel (Señor del Abismo). Los hijos y siervos de Kieg dicen que su Dios y Señor es uno de éstos demonios.
El caso es que tras la batalla Demiurgo se sintió muy cansado, envió a sus Guardianes a proteger el Hogar en sus distantes Casas, dispersas por seis puntos diferentes entre las Estrellas, creó un enorme y hermoso palacio en el centro de su reino y en una de sus muchas habitaciones se tendió a dormir y descansar.
Todos los Guardianes hicieron lo que su Señor les pidió, todos menos dos: Serhara, porque amaba todos y cada uno de los rincones del Hogar que ella había creado y no se decidía por ningún lugar que Habitar y Vigilar durante los eones que estarían por venir. Avael, por todo lo contrario, no se sentía cómodo en ningún rincón del Hogar y además éste le parecía un lugar extremadamente aburrido, frío y silencioso.
Tras una eternidad vagando por el Hogar Serhara llegó a la Casa de Undoré y éste, viendo el semblante cansado de la Creadora de Estrellas decidió invitarla a quedarse a descansar en su Casa, un planeta lleno de océanos, invitación que ella aceptó.
Por su parte Avael, vagando por el Hogar durante una eternidad, encontró la estatua en la que se había convertido Traición y, viendo el Poder latente de aquella piedra, decidió hacerse con ése Poder trabajándola para hacerse un amuleto de piedra y metal con el que dominarlo.
Serhara y Undoré, tras vivir durante otra eternidad juntos, acabaron enamorándose y empezaron a engendrar un sinnúmero de diosecillos, que más tarde recibirían el nombre de Titanes.
Durante aquel tiempo Avael consiguió terminar su Amuleto de Traición. Dicen que en el mismo instante en el que se lo puso decidió desobedecer a su Señor el Demiurgo y buscar su lugar de Vigilia fuera del Hogar, más allá de las Estrellas, más allá de la propia barrera de Vacío que él mismo había creado, y así se dirigió sin más demora a los límites del único Universo que conocía hasta entonces, para atravesar con facilidad su propio muro y viajar más lejos de lo que nunca otro Guardián ha estado.
Con el paso de las eras los hijos de Serhara y Undoré comenzaron a tener hijos a su vez y con el paso de los eones éstos hijos tenían más hijos y así sin cesar, por lo que comenzaron todos a llenar el Hogar con sus entidades y voces mágicas. Y tanto bullicio llegaron a hacer que despertaron al Demiurgo en las habitaciones de su palacio en el centro del Universo. El Creador convocó a sus Guardianes que acudieron sin demora a su lado, todos menos Avael, que estaba ya muy lejos de su poder y de su reino.
Les preguntó quiénes eran todos aquellos dioses que llenaban el Vacío que era su Hogar y qué hacían allí, pues les había ordenado guardarlo de los extraños. También preguntó dónde estaba Avael y por qué no había acudido a su llamada, pues ya no podía sentir su presencia divina, a lo que ninguno de sus dioses pudo contestar, pues hacía varios eones que no sabían del dios del Vacío y ni siquiera le habían visto en todo aquel tiempo. En cuanto a la multitud de nuevos diosecillos, que convinieron en llamar Titanes, ni Elamain ni Belmine supieron qué contestar, mirándose el uno al otro extrañados, pero Serhara y Undoré agacharon la cabeza avergonzados. Una vez que el Demiurgo se entrevistó con ellos a solas y éstos le contaron la verdad convocó al resto para organizar una nueva guerra, la Guerra de los Titanes, que tenía por objetivo exterminar a toda la prole de Serhara y Undoré.
Avael, por su parte, atravesó los Dominios de Nada, que ahora que había ganado la guerra contra Caos eran más extensos que nunca, y huyendo durante una eternidad del Desierto Vacío de la Destructora llegó al lugar de nacimiento de Caos, los Infiernos, donde el Primer Creador había hecho sus primeras creaciones, un mundo deformado de criaturas retorcidas y violentas, los primeros proyectos imperfectos de dioses, mundos y seres que mejoraría con mucho posteriormente. Allí fue recibido con hostilidad, pues lo único que conocían y reconocían los demonios eran la Fuerza y el Poder, y se equivocaron al subestimar al Dios del Vacío, pues, como reflejo masculino de las cualidades de Nada, poseía un inigualable Poder de Destrucción que usó para eliminar y doblegar a todos los demonios que no se arrodillaron ante él. Una vez conquistados, creó un trono de piedra en el centro de los Infiernos, donde se sentó a reflexionar durante una eternidad.
En el Universo Demiurgo y sus Guardianes ganaban fácilmente la Guerra contra los Titanes sin sufrir ninguna baja, pues el poder de los hijos, lo nietos, los bisnietos y los tataranietos de Serhara y Undoré era muy limitado y éstos barrían a su descendencia sin piedad ni cuartel. Cuando la guerra estaba pronta a acabar, los pocos Titanes que quedaban con vida se escondieron en algún lugar recóndito del Universo y allí, sintiéndose acorralados y cercanos a su fin, decidieron crear algo que sus enemigos nunca podrían destruir, algo que ellos nunca pudieran encontrar y que fuera un testimonio postrero de su paso por el espacio y el tiempo, algo de ellos que lograse pervivir para la posteridad y para siempre. Y así fue cómo se inmolaron, se sacrificaron fusionándose todos para crear una conciencia común, una semilla suya, un fuego que contenía la mezcla de todas sus mentes, almas y poderes, un fuego invisible para los Guardianes y para Demiurgo.
Una vez terminada la guerra contra los Titanes el Demiurgo castigó severamente a Serhara y a Undoré por haber creado aquella multitudinaria estirpe que tuvieron que destruir. Primero les prohibió volver a verse en toda la eternidad pero, además, a Undoré lo obligó a exiliarse para siempre en los propios océanos de su Casa y le desposeyó de su poder de respirar todo aquello que no fuera agua, y a Serhara le desfiguró horriblemente el rostro para que ningún otro dios quisiera volver a dejarla encinta ni sintiera la necesidad de tener relaciones sexuales con ella. No contento con esto también la dejó ciega, para que no pudiera volver a ver la belleza del Universo que había creado y que tanto amaba, algo que estimó como origen y causa de su desgracia. Una vez consumado su castigo Demiurgo volvió a las habitaciones de su palacio en el centro del Hogar, donde volvió a rendirse a su descanso y sueño eternos.
Serhara creó entonces un planeta desierto y marchito, como sus propios pensamientos y sentimientos, y lo hizo girar muy próximo a la Casa de Undoré, donde éste guardaba exilio. Y sintiéndose perdida y desorientada, sin saber a dónde ir ni qué hacer, se sentó sin más en una roca de éste planeta, donde escondió su rostro entre las manos y lloró... durante una eternidad. Tanto lloró que después de muchísimo tiempo se formó un gran charco de lágrimas a sus pies y de su reflejo en éste charco surgió una diosa que poseía lo que ella había perdido y anhelaba, belleza física, juventud y gran capacidad creadora.
Ella se presentó ante la Creadora de Estrellas como Heridane, la Guardiana del Camino Oculto, y le dio las gracias por haberla llamado, porque en su propio Universo Heridane ya no tenía cabida y juzgó a aquel nuevo mundo que estaba contemplando como incompleto, un nuevo mundo que necesitaba de su Poder para estar, por fin, entero.
Serhara se apartó de Heridane, no creía posible tal aparición ni que fuera realmente amistosa, así que la Guardiana del Camino Oculto, para demostrar que era real, que le estaba agradecida y que deseaba ser su amiga le hizo un regalo. Primero se mantuvo allí, de pie, delante de Serhara, mirando al cielo... pasaron los instantes y la Creadora de Estrellas volvió a sus pensamientos creyendo que lógica y finalmente se había vuelto completamente loca y que hablaba con entidades no existentes e imaginadas. Pero según fueron pasando los minutos comenzó a sentir que algo se acercaba, un poder, una presencia que le era similar pero también diferente.
Serhara no pudo verlo pero poco a poco fue aproximándose la luz de una estrella, al principio no parecía moverse pero tras un buen rato finalmente cayó y se detuvo a escasos centímetros de la mano alzada de Heridane. Era una pequeñísima bola de fuego más pequeña que un puño. Serhara pudo sentir entonces que de ella emanaba una energía extraña y especial, algo que se parecía mucho a la conciencia de un ser diferente a los dioses y los Guardianes.
Heridane le explicó que aquella llama era un regalo de sus hijos, los Titanes, quienes se habían inmolado y fusionado para crear ésa pequeña, aunque diferente y especial, bola de fuego antes de desaparecer para siempre del Universo. Serhara decidió entonces compartir el regalo con Undoré, pues los Titanes también habían sido sus hijos. Le pidió a la Guardiana del Camino Oculto que la acompañase hasta la Casa del Agua y que le llevara en su nombre el regalo de los Titanes a su amado, a Undoré, Guardián de los Océanos.
Así fue cómo la Creadora de Estrellas despidió a Heridane a orillas del Océano primigenio, mientras ésta sostenía la llama de los Titanes en sus manos. Cuentan que Heridane vivió maravillosas aventuras en las profundidades marinas hasta poder entrevistarse con Undoré... pero son otras historias diferentes y por lo tanto son para otro momento...
Avael, por su parte, entrenó militarmente a los demonios de los Infiernos, pues había decidido que usaría sus poderes para conquistar el Universo del que había huido, aquel lugar que los Guardianes, aun esclavos de la voluntad de su Señor Demiurgo, se empeñaban en llamar Hogar. Dicen que tardó una eternidad en entrenar a su ejército y en hacer de los Infiernos su dominio absoluto, pero cuando por fin dio por concluida su conquista y la preparación de su ejército, dejó a su lugarteniente Asmodeo a cargo de los Infiernos y partió con tres cuartas partes de todos los demonios para atravesar el Abismo, que les separaba del Hogar de Demiurgo, y conquistarlo por cualquier medio posible, incluido el de la guerra si era necesario. Y fue entonces cuando decidió llamarse, a partir de aquel momento, Abozamel, el Señor del Abismo.
Cuando Heridane llegó por fin ante el trono de Undoré, en las profundidades marinas, ella le tendió el regalo de los Titanes, pero él lo despreció para abalanzarse sobre ella, pues durante su exilio echaba de menos el contacto femenino que hubiera obtenido cuando vivía junto a Serhara, y la belleza de Heridane despertó un lujurioso apetito en el Dios del Agua. Ella, viéndose acorralada, decidió hacer uso de la magia del regalo de los Titanes y de su fuego creó a los primeros umbríos para que la protegieran, un ejército ya preparado de altos elfos albinos, con fieros dientes aserrados, de negras y terroríficas armaduras metálicas y espadas y arcos tan negros como sus armaduras y sus corazones.
Tan bien protegieron a su creadora que los umbríos lograron poner de rodillas a Undoré y hacer que éste suplicara por su vida, vida que Heridane perdonó, primero para hacer que el Dios del Agua escuchara la historia que tenía que contarle. Le habló de su ex-esposa, Serhara, luego le contó todas las hazañas y peligros que ella misma había tenido que superar para llevarle la llama de los Titanes, por orden y deseo de su ex-esposa. Por último decidió dejarle aquel regalo de sus fallecidos hijos y abandonar el palacio de Undoré para no regresar jamás.
El Dios del Agua, aun con la espada de los umbríos en la garganta, ordenó a sus sirénidos y a sus kuo-toas que nadie pudiera salir de la sala del trono ni del palacio sin su permiso, y que si los umbríos llegasen a matarle que ellos acabaran, a su vez, con la vida de todos y cada uno de aquellos extranjeros asesinos.
De ésta manera Undoré le dio la vuelta a la amenaza y estaban ahora a merced de los deseos del Dios del Agua que ordenó a los umbríos salir de sus dominios y no volver jamás y a Heridane le ordenó casarse con él y pasar el resto de la eternidad junto a él en su exilio, en las profundidades del Océano. Le recordó a la Guardiana del Camino Oculto que éste era su mundo, se encontraba en su reino, la Casa del Agua, y que si faltaba a su promesa y algún día le abandonaba para huir de sus votos matrimoniales arrasaría toda su superficie con terribles olas gigantescas y mandaría a sus sirénidos y a sus kuo-toas pasar a cuchillo a todos los que se encontraban fuera de los Océanos, ya fueran los umbríos o su ex-esposa, Serhara, la Creadora de Estrellas.
Heridane aceptó con una condición, que le dejara auxiliar a aquellas criaturas que había creado, los umbríos, cuando éstas se encontraran en necesidad ya que no tenían culpa alguna de sus decisiones, y que les permitiera aliviar su sed. Así es cómo los umbríos adoran a Heridane llamándola Merilkia, la Señora del Agua Dulce, la Compasiva.
Dicen que cuando Serhara se enteró del matrimonio entre Merilkia y Undoré la furia hizo que creara una maldición por la cual ninguno de los seres que habitan en la superficie pudieran llegar jamás al palacio submarino de Undoré y deleitarse con la belleza de la Señora del Agua. Dicen que es por eso que cuando un humanoide que no pertenezca al reino de Undoré se sumerge en el agua, no puede respirar y debe salir de forma pronta del elemento líquido. Pero los umbríos saben que nada ni nadie impide que Merilkia, la Compasiva, les visite y les otorgue sus bendiciones, cuando así es posible.
Pero ni Merilkia, ni ningún otro de los Guardianes, impidió que Avael, mientras tanto y recientemente autoproclamado Abozamel, entrara en el Universo con su inmenso ejército de demonios y, conociendo todos los puntos fuertes y los débiles del Hogar, atacase por sorpresa, primero a la Casa del Fuego, lugar de vigilia de Elamain, su hermano, el Señor de la Luz, el más poderoso de los Guardianes exceptuando al propio Abozamel. Elamain logró replegarse a la Casa de la Flora y la Fauna, lugar de vigilia de Belmine, el siguiente objetivo del Señor del Abismo que arrasó por completo, obligando a Belmine y a Elamain a replegarse en la Casa del Frío, allí donde vigilaba su hermana, Isderin, la Diosa del Invierno.
Ni aún siendo tres los Guardianes consiguieron frenar el ataque de Abozamel y sus demonios y, aunque lucharon con valentía y energía junto a los enanos, creados por Isderin, y a los elfos, creados por Belmine, finalmente tuvieron que huir para salvar sus vidas en la última y más débil de las Casas, la del Agua, allí donde Undoré guardaba el exilio interior impuesto por Demiurgo.
En la Casa del Agua fue donde la guerra de conquista de Abozamel tuvo que detenerse, pues ni él ni sus demonios sabían que fuera un lugar tan habitado y complejo. Allí vivía ahora y por segunda vez Serhara, la Creadora de Estrellas, quien llegó a un acuerdo con el Señor del Abismo con la esperanza de algún día poder vengarse de Merilkia y de Undoré y, aunque los umbríos adoraban a la Señora del Agua, reconocieron la superioridad y el poder de Abozamel como Señor del Universo, se arrodillaron ante él y juraron eliminar de la faz de la Tierra a todos sus enemigos, lo que incluía a Elamain, el Señor de la Luz, quien lleno de furia los maldijo con no poder soportar la luz del Sol, la linterna que había puesto en la Casa del Agua para iluminarla y alejar a sus enemigos de su Luz.
Abozamel contestó vengando a los umbríos cuando éstos le forjaron un arma mágica, una espada llamada "Sanguinolenta", con la que logró por fin matar a Elamain.
Éste fue el fin de la Guerra, los demás dioses supieron entonces quien era el verdadero Señor del Universo en ausencia de Demiurgo, el Eterno Durmiente, e hincaron finalmente la rodilla para reconocer a Abozamel como su Dueño y Señor.
Nota: ésta es la versión de los umbríos, la versión difiere en muuuuuchos aspectos de la de los elfos, que saben perfectamente que los umbríos no surgieron de la nada, sino que realmente hubo un tiempo en el que fueron parte de su pueblo, fueron altos elfos que comenzaron a desviarse del culto a Belmine y a Elamain para adorar a Abozamel y a otros demonios o Señores de los Demonios. Los enanos tienen su propia versión, con muchas más diferencias.